jueves, 4 de diciembre de 2008

El fin de los relojes de bolsillo





















Dicen los libros que allá por la primera guerra mundial se empezaron a ver los primeros relojes colocados en la muñeca de los hombres. Parece que hasta entonces los pocos relojes de pulsera estaban destinados a las mujeres y que era poco varonil que un hombre los llevase.

El caso es que para su uso en el campo de batalla resultaba más práctico llevar el reloj sujeto en la muñeca que escondido en un bolsillo. A partir de aquí, los fabricantes se lanzaron a la fabricación de relojes de pulsera, incidiendo su publicidad en su utilidad como instrumento masculino.

Esto no significa la radical desaparición de los relojes de bolsillo, que siguieron en los bolsillos durante bastantes años, principalmente en las zonas rurales donde, debido al poco uso que se hacía de ellos (eran para los días de fiesta), fueron pasando de padres a hijos. Yo recuerdo esto de mis tiempos infantiles de los años cincuenta cuando pasaba los veranos en un pueblo de Castilla. En el campo, los trabajadores se guiaban por las doce campanadas de la iglesia para saber cuando era mediodía, o sea, la hora de comer.

Yo creo que es a partir de los años cuarenta cuando en España empezaron a popularizarse los relojes de pulsera.

Junto a los relojes de “marca”, al alcance de los bolsillos mejor dotados, aparecieron una gran cantidad de relojes que llevaban muchas marcas diferentes de diversas procedencias (casi todas ya desaparecidas) y, lo que es más interesante, con variedad de calibres distintos.

Arriba hemos visto unos cuantos ejemplos, de diferentes procedencias y épocas.

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